El patriarcado no solo dicta qué comportamientos son aceptables según el tipo de persona, sino que también influye en cómo interpretamos sus acciones y qué consideramos reprochable o aceptable.
En la calle más céntrica de la ciudad, se erguía un edificio imponente, una
amalgama de piedra, hormigón y vidrio que irradiaba poder y autoridad, como si
fuera un monolito a la masculinidad. Su arquitectura, neogótica y moderna a la
vez, ofrecía un contraste sorprendente: por un lado, la fachada de piedra con
su escudo de un león, evocaba un pasado y, por otro, las líneas rectas limpias y
los grandes ventanales delataban su renovación.
Construido en 1940 por un industrial que hizo
fortuna aprovechando las circunstancias de la postguerra, el edificio se
convirtió en un símbolo de poder y ostentación. En sus salas se celebraron
reuniones y fastuosas fiestas, en las que se tejían las redes de influencia de
la ciudad, así los poderes tácitos creaban sus alianzas y no había hombre o
mujer de estatus alto en la ciudad que no quisieran estar en aquellas fiestas.
Pero el tiempo pasa cambiando las formas y en
2010, los descendientes del industrial decidieron modernizar el edificio sin
perder su esencia de poder. La fachada de piedra, con su escudo, se mantuvo
intacta, pero el interior fue completamente transformado. Los antiguos pasillos
largos y oscuros y las enormes habitaciones fueron reemplazados por espacios
diáfanos y funcionales, divididos en oficinas, apartamentos y grandes pisos.
Cuatro ascensores de cristal conectaban todos los pisos, incluyendo un
restaurante en la última planta con vistas panorámicas de la ciudad.
A pesar de su modernización, el edificio
conservaba un aire de misteriosa antigüedad. Sus gruesos muros de piedra
parecían guardar aquellos secretos urdidos por hombres con poder, mientras que
las grandes cristaleras ofrecían una visión moderna y luminosa, como de
pulcritud y transparencia. El edificio era un lugar de contrastes, donde las
historias de hombres del pasado, se entrelazaba con las de los hombres del
presente.
Su interior, cuidadosamente diseñado, ofrecía
un alto nivel de seguridad; un sistema de control de acceso restringía la
entrada a quien no fuera propietarios, inquilinos y personal autorizado.
Cámaras de vigilancia y sensores monitoreaban cada rincón del edificio,
garantizando el control y la tranquilidad de quienes estaban dentro.
Sin embargo, bajo esta apariencia de fortaleza
inexpugnable, el edificio ocultaba las vulnerabilidades de los hombres que
arrastraba como herencia desde su construcción. Los acuerdos del pasado, las
ambiciones presentes y las tensiones ocultas creaban un caldo de cultivo para la
ocultación y el conflicto. Y así, sin que nadie fuera consciente, el edificio
más ostentoso de la calle más céntrica de la ciudad, se preparaba para
enfrentar su desafío más grande.
Aquel hombre de negocios que
financió la construcción del edificio primigenio, era un ejemplo de señor de su
época: su figura, imponente y autoritaria, se proyectaba en cada rincón del
edificio que había construido. Era un claro ejemplo de la masculinidad
tradicional: fuerte, decidido, ambicioso y con un marcado sentido del poder y la
propiedad.
El edificio era su reino, un
reflejo de su ser y su dominio; cada detalle, desde la arquitectura imponente
hasta la distribución de los espacios, estaba pensado para transmitir su
autoridad y jerarquía. Detrás de la fachada de éxito trabajado, este hombre ocultaba
un lado más oscuro y, se rumoreaba que había acumulado su fortuna a través de
prácticas poco éticas y que había utilizado sus influencias para manipular,
utilizar y beneficiarse de sus socios y empleados.
Sus descendientes heredaron no
solo la fortuna familiar, incluyendo el edificio, sino también la visión del
mundo y de lo que es ser un hombre y, aunque vivían en una época más moderna y
abierta, mantenían arraigados muchos de los valores de los hombres de su
familia.
En su convencimiento de que esos valores eran los que tenían que ser porque
así había sido siempre y funcionaba, sabían que hoy en día había que preservarlos
de otra maneras más ambigua y solapada.
Dar la imagen de progresismo al edificio era imprescindible, por lo que adaptaron
la fachada antigua convirtiéndola en moderna, sin embargo, detrás de esta
apariencia, seguían perpetuando los mismos patrones de poder y dominación,
siguiendo el arquetipo de su abuelo, al cual veían como una figura a seguir y
un modelo de éxito, poder y dominio. Eso sí, como la imagen pública era
fundamental para ellos, se presentaban como hombres modernos y sofisticadamente
igualitarios, pero en privado mantenían un estilo de vida opulento, ostentoso y
clasista, propio de una élite privilegiada que menospreciaba a los hombres que
no eran de su círculo y por supuesto, a las mujeres.
Dentro del edificio existía una
jerarquía social muy marcada, basada en el poder económico y en el estatus
social. La competitividad y la aporofobia se mascaban en él y la mayoría de las
conversaciones giraban en torno a los negocios y los temas relacionados con el
poder.
Los hombres más poderosos ocupaban los pisos más altos y tenían acceso a
las mejores comodidades, mientras que el resto, dentro de tener el privilegio
de vivir en el edificio, ocupaban pisos de menor tamaño y considerablemente más
simples en su sobrada ostentosidad.
En
las alturas del edificio, donde el viento azotaba las ventanas y el eco de las
pisadas resonaba en los pasillos impolutos, se reunían los hombres que ejercían
el poder en el edificio y en la ciudad; los herederos y sus colegas que eran
los líderes indiscutibles, los dueños del juego y que no dudaban en usar
cualquier medio para mantener su poder.
Sus reuniones eran un ritual de reafirmación de sus
valores, sus poderes sobre las demás personas y una demostración de enérgica testosterona;
en ellas se trazaban estrategias y se consolidaban alianzas, se urdían trampas
y órdenes para mantener el sistema que les permitía vivir con los privilegios
que habían heredado.
Uno de sus colegas de negocios y mejor amigo, un
hombre corpulento con una sonrisa permanente, era el encargado de mantener a
raya a los demás colegas o colaboradores, ya que conocía los secretos de cada
uno, sus debilidades y sus anhelos. Con sutileza, les recordaba su dependencia
de los que tenían el poder y les ofrecía favores a cambio de su lealtad.
Había más colegas de negocios o de vida, ya que todos vivían en el edificio,
concretamente dos de ellos, eran como dos sombras que se movían sigilosamente
por el edificio y entre sus moradores, convertidos en los brazos ejecutores de
los poderosos para mantener el imperio creado. Sin preguntas o explicaciones y sin dudar,
cumplían con las órdenes, dispuestos a usar la fuerza u otras artes si era
necesario.
No podía faltar en aquel edificio el colega de
negocios competitivo, ambicioso y calculador que soñaba con destronar a los herederos
del edificio y quedarse con él, maquinando otras estrategias, tejiendo intrigas
y buscando aliados al margen de los poderosos dueños.
En toda sociedad existe el gracioso y, al edificio como institución social
que era, no le faltaba su graciosillo, un bufón patético y misógino que
intentaba ganarse el favor de los poderosos con sus chistes machistas y sus
comentarios despectivos hacia las mujeres u otros hombres que no daban el
perfil de hombre que marcaba aquel edificio. De esta manera se codeaba con los
que ostentaban el poder y se creía que pertenecía al mismo estatus, cuando en
realidad lo utilizaban para mantener las costumbres y más que con él, se
burlaban de él.
El jefe de seguridad era un hombre enigmático y
solitario, que observaba todo desde la distancia. Sus ojos oscuros parecían
penetrar en el alma de los demás, pero nunca revelaba sus pensamientos. Se
llevaba muy bien con el conserje, un hombre aparentemente bondadoso y
servicial, pero que en realidad ejercía un control sutil en el edificio. Con
sus consejos y su actitud paternalista, hacía sentir que le necesitaban para ciertas
cosas porque ellos eran incapaces y dependientes de los servicios básicos que este
hombre ofrecía.
Y casi como un ente transparente estaba él, el hombre que vivía en las
sombras, ocultando su verdadera identidad porque estaba atrapado en un sistema
que no comprendía y no era suyo, pero en el que tenía que sobrevivir. Dentro de
él, sabía que tarde o temprano le descubrirían si se hacía muy visible y que le
echarían del edificio.
Así transcurrían los días, meses y años, … hasta que llegó ella. Una mujer
joven, independiente y decidida, que no encajaba en las normas del edificio,
pero que al ser la hija de la mano derecha de los herederos y estar sólo de
paso, la aceptaron. Lo que no supieron prever, fue que esa mujer sacudiría los
cimientos del organizado ecosistema del edificio.
La llegada de la nueva inquilina desencadenaría una serie de eventos que
pondrían a prueba las lealtades a la masculinidad, desenmascararían las
hipocresías y revelarían las inseguridades de los hombres del edificio, provocando
el debilitamiento del sistema ancestral que lo sustentaba.
Sofía a su llegada causó una pequeña conmoción: joven y con una energía
contagiosa, nadie esperaba que ella fuera la catalizadora de un cambio tan
profundo. Acompañada con las visitas de sus amigas, un grupo diverso de mujeres
con ideas claras y personalidades fuertes, Sofía comenzó a relacionarse con los
hombres del edificio.
Al principio, estos se burlaban a sus espaldas a través de los chistes del
graciosillo misógino, viéndolas como una amenaza menor, o ni tan siquiera una
amenaza; viéndolas como si fueran nada o un objeto para su diversión. Pero poco
a poco su carisma, naturalidad, seguridad y verdad, fue calando en las mentes
del resto e incluso sin ser evidente, en los propios cimientos ideológicos del
edificio.
Un día el jefe de seguridad, guardián impasible del edificio con su visión
del mundo (cumplir órdenes y mantener el orden), habló con Sofía. Al principio,
la veía a ella y a sus amigas como una molestia al statu quo que él había
ayudado a mantener; sin embargo, ese día, Sofía se acercó a él con una
propuesta que le sorprendió.
Necesitaba un espacio seguro dentro del edificio para realizar una reunión de
mujeres, un lugar donde pudieran hablar abiertamente sobre sus experiencias y
sus ideas. El jefe de seguridad frunció el ceño porque la idea de un grupo de
mujeres reuniéndose para hablar le parecía sospechosa e incluso, una grieta
para su sistema de seguridad tan perfecto, pero algo en la mirada de Sofía lo
conmovió.
Durante su conversación, ella le explicó las razones detrás de esa reunión;
le habló de que ella obedecía también, pero a otro orden social en el que se
daba prioridad a la igualdad, la justicia y el respeto hacia todas las personas.
Le contó historias de hombres, pero sobre todo de mujeres que habían enfrentado
discriminación y violencia, y de cómo ese tipo de reuniones les daba voz a
otras mujeres en parecidas circunstancias. Le habló de madres (algo que le
recordó a la suya), le habló de hermanas, esposas e hijas, le habló de vecinas
e incluso de mujeres desconocidas, … le habló de sus vidas.
El jefe de seguridad escuchó atentamente,
sorprendido por la pasión y la inteligencia de la joven. Comenzó a darse cuenta
de que sus prejuicios y creencias quizás le estaban equivocando y que la muchacha
no era una amenaza, sino que buscaba lo mismo que él: cumplir su misión, que
era hacer un mundo más justo y equitativo.
Al final de la conversación, el jefe de
seguridad accedió a conseguirle un salón de reuniones para que Sofía pudiera
organizar su encuentro, y no sólo eso, además, se ofreció a garantizar la
seguridad del evento.
A partir de ese momento y de aquella reunión de
mujeres, el jefe de seguridad comenzó a ver el mundo de una manera diferente,
convirtiéndose en un aliado inesperado de Sofía y sus amigas, utilizando su
posición para protegerlas y apoyarlas. Su cambio de actitud fue gradual, pero
significativo. Con el tiempo, el jefe de seguridad se convirtió en un defensor
de las ideas de ese grupo de chicas que irrumpió sorpresivamente en su vida.
Este hombre, un día fue a hablar con el padre de Sofía, un hombre astuto y
experimentado en los negocios, que se sintió profundamente conmovido por el
relato del jefe de seguridad. Reconoció en sus palabras una sinceridad y una
autenticidad que rara vez encontraba en sus propios círculos. La transformación
personal que había experimentado el jefe de seguridad, gracias a la influencia
de Sofía y sus amigas, le hizo reflexionar sobre sus propias acciones y las
consecuencias que estas habían tenido en las demás personas, incluidas su
exmujer y su propia hija, Sofía, ignorada por él desde que nació.
Con su característico y sibilino tacto, el padre
de Sofía comenzó a sembrar las semillas del cambio en los más altos niveles de
las empresas y del edificio, y utilizando su influencia y su capacidad para
satisfacer las necesidades de los demás, convenció a los herederos y a los otros
líderes, de la importancia de adoptar una nueva perspectiva.
Con sutileza, el padre de Sofía comenzó impulsando
la creación de nuevos programas de gestión que abarcaran la diversidad e
inclusión como estrategia de ventas. Fomentó la participación de las mujeres en
puestos de liderazgo y promovió prácticas laborales más justas y equitativas, bajo
la excusa de un lavado de cara de los negocios que les adaptaran a los nuevos
tiempos y darían mayores beneficios.
Los herederos, al ver el entusiasmo del
personal de sus empresas por trabajar, además de la mejora en los resultados económicos
de las empresas, se mostraron cada vez más receptivos a estos cambios y poco a
poco, el edificio se convirtió en un modelo de gestión igualitaria, aunque aún
quedaran muchas mentalidades que tan solo se adaptaron exteriormente porque sus
convicciones personales estaban en las viejas creencias.
Pasaron los meses y después
de vivir los cambios en el edificio y ver la aceptación de la diversidad, el hombre
reservado que permanecía a la sombra comenzó a sentirse más seguro, dándose
cuenta de que ya no tenía que esconderse y que podía ser él mismo sin miedo a
ser juzgado, criticado por el chistosillo o echado del edificio.
Empezó a hacerse ver en
pequeñas cosas, participando en conversaciones en el ascensor o en grupos en el
edificio, compartiendo sus opiniones y hobbies, etc. Al principio, se sentía
incómodo, pero pronto descubrió que las personas lo escuchaban con atención y
respeto porque los nuevos cambios habían abierto algunas mentes.
Un día, durante una reunión de comunidad del
edificio, tomó la palabra y expresó sus ideas sobre cómo mejorar la comunidad,
quedando el resto de las personas sorprendidas por su elocuencia y su visión;
fue la manera de darse a conocer el hasta entonces desconocido vecino, dándose
cuenta de que tenía mucho que aportar y que su voz era importante.
A medida que se iba liberando, comenzó a
descubrir nuevas facetas de su personalidad y se involucró en proyectos
creativos que le ilusionaban, como escribir, algo que materializó en unos
cuantos libros, de los cuales, el que trató la historia del edificio en forma
de ciencia ficción, se convirtió en un bestseller.
Su transformación de este hombre fue profunda y
visible; pasó de ser un hombre introvertido y solitario a convertirse en una
persona segura de sí misma y con una vida plena. Su historia sirvió de
inspiración para el resto de habitantes del edificio, quienes se dieron cuenta cómo
podían ser sus vidas al margen de las normas en las que se habían vivido desde hacía
generaciones.
Sofía y sus amigas, al ver los cambios que se dieron en las gentes del
edificio se sintieron profundamente satisfechas; su lucha había dado frutos y
el cambio que habían anhelado, era ahora una realidad en aquel edificio
monolito de la masculinidad. Ese era el camino, … aún quedaban muchos edificios
por visitar.