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lunes, 18 de noviembre de 2024

Vivir bajo una estructura patriarcal

Las cosas que tiene Eloisa

Vivir bajo una estructura patriarcal tiene profundas implicaciones que afectan tanto a nivel individual como colectivo, influyendo en cómo interactuamos las personas, cómo nos percibimos y cómo organizamos nuestra sociedad. 
Significa habitar en un sistema que otorga mayor poder y privilegios a los hombres, especialmente a quienes encajan en un modelo tradicional de masculinidad y establece roles de género rígidos que limitan a todas las personas. 

El patriarcado no solo dicta qué comportamientos son aceptables según el tipo de persona, sino que también influye en cómo interpretamos sus acciones y qué consideramos reprochable o aceptable. 


EL EDIFICIO DE PIEDRA 
Los edificios hablan de aquellas personas que los construyeron y de las que los mantienen.

Dedicatoria- Todas las mujeres víctimas al vivir bajo una estructura patriarcal, es decir, a todas las mujeres y … añado a los hombres.

En la calle más céntrica de la ciudad, se erguía un edificio imponente, una amalgama de piedra, hormigón y vidrio que irradiaba poder y autoridad, como si fuera un monolito a la masculinidad. Su arquitectura, neogótica y moderna a la vez, ofrecía un contraste sorprendente: por un lado, la fachada de piedra con su escudo de un león, evocaba un pasado y, por otro, las líneas rectas limpias y los grandes ventanales delataban su renovación.

Construido en 1940 por un industrial que hizo fortuna aprovechando las circunstancias de la postguerra, el edificio se convirtió en un símbolo de poder y ostentación. En sus salas se celebraron reuniones y fastuosas fiestas, en las que se tejían las redes de influencia de la ciudad, así los poderes tácitos creaban sus alianzas y no había hombre o mujer de estatus alto en la ciudad que no quisieran estar en aquellas fiestas.

Pero el tiempo pasa cambiando las formas y en 2010, los descendientes del industrial decidieron modernizar el edificio sin perder su esencia de poder. La fachada de piedra, con su escudo, se mantuvo intacta, pero el interior fue completamente transformado. Los antiguos pasillos largos y oscuros y las enormes habitaciones fueron reemplazados por espacios diáfanos y funcionales, divididos en oficinas, apartamentos y grandes pisos. Cuatro ascensores de cristal conectaban todos los pisos, incluyendo un restaurante en la última planta con vistas panorámicas de la ciudad.

A pesar de su modernización, el edificio conservaba un aire de misteriosa antigüedad. Sus gruesos muros de piedra parecían guardar aquellos secretos urdidos por hombres con poder, mientras que las grandes cristaleras ofrecían una visión moderna y luminosa, como de pulcritud y transparencia. El edificio era un lugar de contrastes, donde las historias de hombres del pasado, se entrelazaba con las de los hombres del presente.

Su interior, cuidadosamente diseñado, ofrecía un alto nivel de seguridad; un sistema de control de acceso restringía la entrada a quien no fuera propietarios, inquilinos y personal autorizado. Cámaras de vigilancia y sensores monitoreaban cada rincón del edificio, garantizando el control y la tranquilidad de quienes estaban dentro.

Sin embargo, bajo esta apariencia de fortaleza inexpugnable, el edificio ocultaba las vulnerabilidades de los hombres que arrastraba como herencia desde su construcción. Los acuerdos del pasado, las ambiciones presentes y las tensiones ocultas creaban un caldo de cultivo para la ocultación y el conflicto. Y así, sin que nadie fuera consciente, el edificio más ostentoso de la calle más céntrica de la ciudad, se preparaba para enfrentar su desafío más grande.

Aquel hombre de negocios que financió la construcción del edificio primigenio, era un ejemplo de señor de su época: su figura, imponente y autoritaria, se proyectaba en cada rincón del edificio que había construido. Era un claro ejemplo de la masculinidad tradicional: fuerte, decidido, ambicioso y con un marcado sentido del poder y la propiedad.

El edificio era su reino, un reflejo de su ser y su dominio; cada detalle, desde la arquitectura imponente hasta la distribución de los espacios, estaba pensado para transmitir su autoridad y jerarquía. Detrás de la fachada de éxito trabajado, este hombre ocultaba un lado más oscuro y, se rumoreaba que había acumulado su fortuna a través de prácticas poco éticas y que había utilizado sus influencias para manipular, utilizar y beneficiarse de sus socios y empleados.

Sus descendientes heredaron no solo la fortuna familiar, incluyendo el edificio, sino también la visión del mundo y de lo que es ser un hombre y, aunque vivían en una época más moderna y abierta, mantenían arraigados muchos de los valores de los hombres de su familia.

En su convencimiento de que esos valores eran los que tenían que ser porque así había sido siempre y funcionaba, sabían que hoy en día había que preservarlos de otra maneras más ambigua y solapada.

Dar la imagen de progresismo al edificio era imprescindible, por lo que adaptaron la fachada antigua convirtiéndola en moderna, sin embargo, detrás de esta apariencia, seguían perpetuando los mismos patrones de poder y dominación, siguiendo el arquetipo de su abuelo, al cual veían como una figura a seguir y un modelo de éxito, poder y dominio. Eso sí, como la imagen pública era fundamental para ellos, se presentaban como hombres modernos y sofisticadamente igualitarios, pero en privado mantenían un estilo de vida opulento, ostentoso y clasista, propio de una élite privilegiada que menospreciaba a los hombres que no eran de su círculo y por supuesto, a las mujeres.

Dentro del edificio existía una jerarquía social muy marcada, basada en el poder económico y en el estatus social. La competitividad y la aporofobia se mascaban en él y la mayoría de las conversaciones giraban en torno a los negocios y los temas relacionados con el poder.

Los hombres más poderosos ocupaban los pisos más altos y tenían acceso a las mejores comodidades, mientras que el resto, dentro de tener el privilegio de vivir en el edificio, ocupaban pisos de menor tamaño y considerablemente más simples en su sobrada ostentosidad.

En las alturas del edificio, donde el viento azotaba las ventanas y el eco de las pisadas resonaba en los pasillos impolutos, se reunían los hombres que ejercían el poder en el edificio y en la ciudad; los herederos y sus colegas que eran los líderes indiscutibles, los dueños del juego y que no dudaban en usar cualquier medio para mantener su poder.

Sus reuniones eran un ritual de reafirmación de sus valores, sus poderes sobre las demás personas y una demostración de enérgica testosterona; en ellas se trazaban estrategias y se consolidaban alianzas, se urdían trampas y órdenes para mantener el sistema que les permitía vivir con los privilegios que habían heredado.

Uno de sus colegas de negocios y mejor amigo, un hombre corpulento con una sonrisa permanente, era el encargado de mantener a raya a los demás colegas o colaboradores, ya que conocía los secretos de cada uno, sus debilidades y sus anhelos. Con sutileza, les recordaba su dependencia de los que tenían el poder y les ofrecía favores a cambio de su lealtad.

Había más colegas de negocios o de vida, ya que todos vivían en el edificio, concretamente dos de ellos, eran como dos sombras que se movían sigilosamente por el edificio y entre sus moradores, convertidos en los brazos ejecutores de los poderosos para mantener el imperio creado.  Sin preguntas o explicaciones y sin dudar, cumplían con las órdenes, dispuestos a usar la fuerza u otras artes si era necesario.

No podía faltar en aquel edificio el colega de negocios competitivo, ambicioso y calculador que soñaba con destronar a los herederos del edificio y quedarse con él, maquinando otras estrategias, tejiendo intrigas y buscando aliados al margen de los poderosos dueños.

En toda sociedad existe el gracioso y, al edificio como institución social que era, no le faltaba su graciosillo, un bufón patético y misógino que intentaba ganarse el favor de los poderosos con sus chistes machistas y sus comentarios despectivos hacia las mujeres u otros hombres que no daban el perfil de hombre que marcaba aquel edificio. De esta manera se codeaba con los que ostentaban el poder y se creía que pertenecía al mismo estatus, cuando en realidad lo utilizaban para mantener las costumbres y más que con él, se burlaban de él.

El jefe de seguridad era un hombre enigmático y solitario, que observaba todo desde la distancia. Sus ojos oscuros parecían penetrar en el alma de los demás, pero nunca revelaba sus pensamientos. Se llevaba muy bien con el conserje, un hombre aparentemente bondadoso y servicial, pero que en realidad ejercía un control sutil en el edificio. Con sus consejos y su actitud paternalista, hacía sentir que le necesitaban para ciertas cosas porque ellos eran incapaces y dependientes de los servicios básicos que este hombre ofrecía.

Y casi como un ente transparente estaba él, el hombre que vivía en las sombras, ocultando su verdadera identidad porque estaba atrapado en un sistema que no comprendía y no era suyo, pero en el que tenía que sobrevivir. Dentro de él, sabía que tarde o temprano le descubrirían si se hacía muy visible y que le echarían del edificio.

Así transcurrían los días, meses y años, … hasta que llegó ella. Una mujer joven, independiente y decidida, que no encajaba en las normas del edificio, pero que al ser la hija de la mano derecha de los herederos y estar sólo de paso, la aceptaron. Lo que no supieron prever, fue que esa mujer sacudiría los cimientos del organizado ecosistema del edificio.

La llegada de la nueva inquilina desencadenaría una serie de eventos que pondrían a prueba las lealtades a la masculinidad, desenmascararían las hipocresías y revelarían las inseguridades de los hombres del edificio, provocando el debilitamiento del sistema ancestral que lo sustentaba.

Sofía a su llegada causó una pequeña conmoción: joven y con una energía contagiosa, nadie esperaba que ella fuera la catalizadora de un cambio tan profundo. Acompañada con las visitas de sus amigas, un grupo diverso de mujeres con ideas claras y personalidades fuertes, Sofía comenzó a relacionarse con los hombres del edificio.

Al principio, estos se burlaban a sus espaldas a través de los chistes del graciosillo misógino, viéndolas como una amenaza menor, o ni tan siquiera una amenaza; viéndolas como si fueran nada o un objeto para su diversión. Pero poco a poco su carisma, naturalidad, seguridad y verdad, fue calando en las mentes del resto e incluso sin ser evidente, en los propios cimientos ideológicos del edificio.

Un día el jefe de seguridad, guardián impasible del edificio con su visión del mundo (cumplir órdenes y mantener el orden), habló con Sofía. Al principio, la veía a ella y a sus amigas como una molestia al statu quo que él había ayudado a mantener; sin embargo, ese día, Sofía se acercó a él con una propuesta que le sorprendió.

Necesitaba un espacio seguro dentro del edificio para realizar una reunión de mujeres, un lugar donde pudieran hablar abiertamente sobre sus experiencias y sus ideas. El jefe de seguridad frunció el ceño porque la idea de un grupo de mujeres reuniéndose para hablar le parecía sospechosa e incluso, una grieta para su sistema de seguridad tan perfecto, pero algo en la mirada de Sofía lo conmovió.

Durante su conversación, ella le explicó las razones detrás de esa reunión; le habló de que ella obedecía también, pero a otro orden social en el que se daba prioridad a la igualdad, la justicia y el respeto hacia todas las personas. Le contó historias de hombres, pero sobre todo de mujeres que habían enfrentado discriminación y violencia, y de cómo ese tipo de reuniones les daba voz a otras mujeres en parecidas circunstancias. Le habló de madres (algo que le recordó a la suya), le habló de hermanas, esposas e hijas, le habló de vecinas e incluso de mujeres desconocidas, … le habló de sus vidas.

El jefe de seguridad escuchó atentamente, sorprendido por la pasión y la inteligencia de la joven. Comenzó a darse cuenta de que sus prejuicios y creencias quizás le estaban equivocando y que la muchacha no era una amenaza, sino que buscaba lo mismo que él: cumplir su misión, que era hacer un mundo más justo y equitativo.

Al final de la conversación, el jefe de seguridad accedió a conseguirle un salón de reuniones para que Sofía pudiera organizar su encuentro, y no sólo eso, además, se ofreció a garantizar la seguridad del evento.

A partir de ese momento y de aquella reunión de mujeres, el jefe de seguridad comenzó a ver el mundo de una manera diferente, convirtiéndose en un aliado inesperado de Sofía y sus amigas, utilizando su posición para protegerlas y apoyarlas. Su cambio de actitud fue gradual, pero significativo. Con el tiempo, el jefe de seguridad se convirtió en un defensor de las ideas de ese grupo de chicas que irrumpió sorpresivamente en su vida.

Este hombre, un día fue a hablar con el padre de Sofía, un hombre astuto y experimentado en los negocios, que se sintió profundamente conmovido por el relato del jefe de seguridad. Reconoció en sus palabras una sinceridad y una autenticidad que rara vez encontraba en sus propios círculos. La transformación personal que había experimentado el jefe de seguridad, gracias a la influencia de Sofía y sus amigas, le hizo reflexionar sobre sus propias acciones y las consecuencias que estas habían tenido en las demás personas, incluidas su exmujer y su propia hija, Sofía, ignorada por él desde que nació.

Con su característico y sibilino tacto, el padre de Sofía comenzó a sembrar las semillas del cambio en los más altos niveles de las empresas y del edificio, y utilizando su influencia y su capacidad para satisfacer las necesidades de los demás, convenció a los herederos y a los otros líderes, de la importancia de adoptar una nueva perspectiva.

Con sutileza, el padre de Sofía comenzó impulsando la creación de nuevos programas de gestión que abarcaran la diversidad e inclusión como estrategia de ventas. Fomentó la participación de las mujeres en puestos de liderazgo y promovió prácticas laborales más justas y equitativas, bajo la excusa de un lavado de cara de los negocios que les adaptaran a los nuevos tiempos y darían mayores beneficios.

Los herederos, al ver el entusiasmo del personal de sus empresas por trabajar, además de la mejora en los resultados económicos de las empresas, se mostraron cada vez más receptivos a estos cambios y poco a poco, el edificio se convirtió en un modelo de gestión igualitaria, aunque aún quedaran muchas mentalidades que tan solo se adaptaron exteriormente porque sus convicciones personales estaban en las viejas creencias.

Pasaron los meses y después de vivir los cambios en el edificio y ver la aceptación de la diversidad, el hombre reservado que permanecía a la sombra comenzó a sentirse más seguro, dándose cuenta de que ya no tenía que esconderse y que podía ser él mismo sin miedo a ser juzgado, criticado por el chistosillo o echado del edificio.

Empezó a hacerse ver en pequeñas cosas, participando en conversaciones en el ascensor o en grupos en el edificio, compartiendo sus opiniones y hobbies, etc. Al principio, se sentía incómodo, pero pronto descubrió que las personas lo escuchaban con atención y respeto porque los nuevos cambios habían abierto algunas mentes.

Un día, durante una reunión de comunidad del edificio, tomó la palabra y expresó sus ideas sobre cómo mejorar la comunidad, quedando el resto de las personas sorprendidas por su elocuencia y su visión; fue la manera de darse a conocer el hasta entonces desconocido vecino, dándose cuenta de que tenía mucho que aportar y que su voz era importante.

A medida que se iba liberando, comenzó a descubrir nuevas facetas de su personalidad y se involucró en proyectos creativos que le ilusionaban, como escribir, algo que materializó en unos cuantos libros, de los cuales, el que trató la historia del edificio en forma de ciencia ficción, se convirtió en un bestseller.

Su transformación de este hombre fue profunda y visible; pasó de ser un hombre introvertido y solitario a convertirse en una persona segura de sí misma y con una vida plena. Su historia sirvió de inspiración para el resto de habitantes del edificio, quienes se dieron cuenta cómo podían ser sus vidas al margen de las normas en las que se habían vivido desde hacía generaciones.

Sofía y sus amigas, al ver los cambios que se dieron en las gentes del edificio se sintieron profundamente satisfechas; su lucha había dado frutos y el cambio que habían anhelado, era ahora una realidad en aquel edificio monolito de la masculinidad. Ese era el camino, … aún quedaban muchos edificios por visitar.

Este relato corto para ilustrar lo que es vivir bajo una estructura patriarcal, simbolizada en el edificio de piedra, es el deseo de que realmente pudiera suceder lo que en él habéis leído; una ilusión, un deseo, una necesidad social.

martes, 29 de octubre de 2024

El patriarcado; imagen de Procusto y su lecho

Las cosas que tiene Eloisa

Procusto era un personaje mitológico un tanto tirano y macabro que se las hizo pasar mal a mucha gente que llegaba a su morada y dormían en su lecho, hasta que el bueno de Teseo se cruzó en su camino. Te cuento la historia resumida para que entiendas el por qué en mi opinión, el lecho de Procusto y el patriarcado están intrínsecamente unidos.

Procusto (conocido como Damastes o Polipemón) era un temido bandido en la mitología griega que vivía en las colinas cercanas a Eleusis, en el camino entre Atenas y Mégara. Su apodo, "Procusto", significa "el estirador", y está relacionado con su macabro método de tortura. Según la leyenda, Procusto ofrecía hospitalidad a los viajeros que pasaban por su territorio, invitándolos a descansar en su famosa cama.

Sin embargo, esta cama no era una simple cama para pasar la noche descansando, era una trampa de muerte. Procusto obligaba a sus huéspedes a tumbarse en ella, y una vez que lo hacían, si la persona era más alta que la cama, cortaba sus extremidades para ajustarla a su tamaño; si era más pequeña, la estiraba con cuerdas hasta que alcanzaran la longitud exacta del lecho. Vamos, que los mataba bien cortándolo, bien estirándolos.

El bueno de Procusto era muy majo; como los tiranos o los dictadores, ejercía la violencia y el poder,  hasta que llegó el héroe ateniense Teseo. Este se enfrentó a Procusto, y le dio de su propia medicina, haciéndolo encajar en su cama a la fuerza. Fin.

La frase "lecho de Procusto" se usa hoy en día para describir situaciones donde se ajustan las cosas a la fuerza a un estándar limitador e injusto.

¿Cómo te quedas? Será muy mitológico, pero de otras maneras, la historia de Procusto se ha calcado en diferentes culturas con la imposición violenta de normas arbitrarias, que obligan a "dar la talla" que imponen esas culturas. 

En psiquiatría no existe oficialmente un diagnóstico denominado "síndrome de Procusto", no es una categoría diagnóstica. El término se utiliza más en el ámbito coloquial o en análisis sociales y psicológicos para describir un conjunto de actitudes o comportamientos, pero no es un trastorno reconocido por los manuales diagnósticos de salud mental, como el DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales).

El síndrome de Procusto es más una metáfora tomada de la mitología griega para describir personas o sistemas que rechazan, minimizan o intentan frenar a aquellas personas que destacan, no encajan en los moldes establecidos o se salen de lo convencional. 

Estas conductas están relacionadas con características psicológicas como la envidia, la inseguridad, el narcisismo o la resistencia al cambio, pero no constituyen un trastorno clínico por sí mismas. Sin embargo, algunos de los comportamientos asociados al síndrome de Procusto, como la envidia patológica o el deseo de controlar a otros, pueden estar presentes en ciertos trastornos de la personalidad, como el trastorno narcisista o el trastorno paranoide.

Y ¿por qué mezclo a este síndrome de Procusto con el patriarcado? Porque, al margen de no saber si alguien más lo ha hecho, cuando he conocido esta historia de este mito y su síndrome, me ha venido inmediatamente a la cabeza la relación; el patriarcado quiere tener a todas las personas a la medida de su "lecho", ni más ni menos, sólo cómo él diga, con un sistema social en el que las estructuras de poder están dominadas por hombres que imponen un conjunto de expectativas rígidas, tanto sobre mujeres como sobre hombres. 
Rechaza, castiga o margina a quienes sobresalen o no se ajustan a su estándar preestablecido, buscando "recortar" a aquellas personas que destacan, ya sea en talento, ideas o éxito, para que se ajusten a las normas impuestas. 

En el patriarcado, las normas establecidas imponen una idea limitada y controlada de lo que es aceptable en términos de comportamiento, roles y habilidades, especialmente para las mujeres, pero de las cuales no están excluidos los hombres.

Por eso existen diversas formas de discriminación, que funcionan precisamente limitando, excluyendo o castigando a personas o grupos que no se ajustan a las normas impuestas por la sociedad patriarcal.

El síndrome de Procusto se da en las discriminaciones de todo tipo que ofrecen todas las culturas retrógradas y patriarcales ( raza, género, orientación sexual, religión, discapacidad, etc.) y quienes no encajan en sus patrones, por destacar o simplemente por ser diferentes, son objeto de represalias, exclusión o violencia, con el fin de "ajustar comportamientos y jerarquías" a lo que se considera aceptable.

Igual con algunos ejemplos lo ves tan claro como lo veo yo.

Discriminación racial: En sociedades racistas, las personas pertenecientes a grupos étnicos o raciales minoritarios son frecuentemente "recortadas" en términos de derechos y oportunidades. Cuando alguien de estos grupos sobresale, es objeto de ataques, la muerte, acoso o exclusión, ya que su éxito desafía el estereotipo racial preestablecido. Ejemplos de discriminación racista están hoy en día y sin ir más lejos hemos vistos lamentables discursos con su apología en esta campaña a favor de Trump (Oradores en evento de Trump en el Madison Square Garden profieren insultos racistasy en el último partido entre el Real Madrid y el Barça (La Liga denuncia siete cánticos violentos en el Clásico).

Discriminación por orientación sexual: En sociedades que privilegian la heterosexualidad como norma, las personas que pertenecen a la comunidad LGTBI+ son forzadas a "encajar" en un molde heterosexual. Desgraciadamente incluso aquí se les llega a matar por la calle (Homofobia, la agravante por determinar en el juicio por el crimen de Samuel Luiz) y en otros países está prohibido tener otra orientación sexual diferente a la heterosexualidad y es delito, bien de cadena perpetua e incluso, con la pena capital (Mauritania, Nigeria, Somalia, Brunéi, Irán, Pakistán, Qatar, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Yemen).

Discriminación por discapacidad: Las personas con discapacidades también son víctimas de un síndrome de Procusto social, donde se espera que encajen en un entorno que no está diseñado para sus necesidades. En lugar de adaptar el entorno para incluir la diversidad, la sociedad a menudo busca "ajustarlas" a un estándar de normalidad, a menudo limitando sus oportunidades y derechos.

Pese a todos los avances que ha habido en este sentido, por poner un ejemplo, la tasa de paro en este grupo es mucho mayor que entre la población con las capacidades normativas, fuera aparte de la discriminación en el lenguaje que usamos muy habitualmente (estamos en una sociedad patriarcal con sus normas aprendidas desde pequeñas/os) con expresiones cotidianas que, sin darnos cuenta, refuerzan estereotipos negativos, invisibilizan o menosprecian a las personas con discapacidad. 
Aunque pueden no parecer ofensivas a primera vista, estas palabras o frases reflejan una actitud subyacente de desigualdad o falta de respeto hacia este colectivo. Como pasa con los micromachismos, al estar normalizadas, muchas veces estas expresiones perpetúan un trato discriminatorio o condescendiente.

Expresiones del tipo "esa/e se hace el sordo/a o ciega/o", "eres un retrasado/a", "anda, déjame a mí, que pareces minusválido", "deja de hacer el subnormal", … 

Discriminación religiosa o cultural: En sociedades donde hay una religión o cultura dominante, quienes pertenecen a minorías religiosas o culturales son "recortados" en términos de derechos, representación o visibilidad social. 
Siguen existiendo países en los que las personas que desafían los moldes religiosos establecidos, o que practican una religión minoritaria, pueden ser perseguidas o marginadas.

No es cosa del pasado y de circo romano con leones que se comían a los católicos, es algo que hoy en día sigue sucediendo en muchos países y muchos de ellos coincide que también practican la discriminación por la orientación sexual y de género. No os voy a enumerar todos los países en los que ocurre, ni todas religiones que son perseguidas, ni todas las personas asesinadas por no "encajar" en los respectivos lechos de Procusto

Discriminación de género: las normas patriarcales imponen unos roles de género a seguir, y cuando una mujer sobresale en un campo tradicionalmente masculino o desafía esos roles de género establecidos, puede enfrentarse a una reacción negativa que busca "ajustarla" a expectativas más tradicionales. Puede ir desde la invisibilización hasta la muerte.

Ejemplos puede haber muchos, desde la invisibilización y usurpación de méritos de investigadoras que fueron cruciales para llegar a algunos avances por los que recibieron premios Nobel algunos hombres, hasta la muerte de la última mujer por violencia de género.

Pero no os equivoquéis, de igual manera, los hombres que no cumplen con los estereotipos de masculinidad hegemónica también pueden sufrir represalias por querer vivir en otras masculinidades muy diferentes a la establecida. Estas sociedades intransigentes, violentas, tiranas y con síndrome de Procusto, no se andan con bobadas.

Me voy a quedar un ratito con la discriminación por el hecho de ser mujer (que para eso yo soy mujer y quiero hacerlo), porque me apetece que se visibilice que seguimos con comportamientos inaceptables hacia las mujeres (Micromachismos II).

Antiguamente era mucho más claro y evidente que cuando una mujer sobresalía, desafiaba las normas de género tradicionales o reclamaba su independencia y reconocimiento de capacidades, se enfrentaba a un síndrome de Procusto a nivel social o institucional (rechazo social, recorte de derechos legales). Sé que hay muchas personas (más hombres que mujeres), que piensan que en nuestra sociedad esto ya no es así, pero me temo mucho que están equivocadas y para muestras:

Limitaciones en el crecimiento profesional: hay mujeres que muestran talento o igual ambición laboral y profesional que los hombres y son vistas como una amenaza para el status quo, algo que les impide avanzar, ya sea negándoles oportunidades o imponiendo barreras sutiles y muchas veces no visibles, como el techo de cristal.

Control sobre el comportamiento y la libertad femenina: Las mujeres que no se ajustan a las normas tradicionales de feminidad, como ser sumisas, maternales o dedicadas exclusivamente a la familia, pueden ser vistas con sospecha o juzgadas socialmente e incluso familiarmente, buscando "forzarlas" a volver a un rol más convencional. Esto lo he vivido yo personalmente, así que me lo creo a pies juntillas.

La crítica a las mujeres exitosas: Hay ocasiones que cuando una mujer alcanza una posición destacada, la sociedad patriarcal reacciona con descalificaciones, acoso o cuestionamiento constante de su competencia. Esto busca minimizar el éxito o ridiculizarlo porque no se ajusta al ideal patriarcal de lo que debe ser una mujer.

En mi opinión, con el patriarcado y en las sociedades dónde impera, como sistema que impone reglas estrictas de comportamiento y roles, se actúa teniendo un "lecho de Procusto" y encajando a las personas en él, incluso de manera forzada y violenta si no se da de manera voluntaria,  especialmente en lo que respecta a las mujeres y a colectivos minoritarios o vulnerables.

El síndrome de Procusto (aunque ya sabemos que no existe como tal) se podría decir que tiene mezcla de envidia e inseguridad, resentimiento y rabia, falta de autoestima e intransigencia, ignorancia y prepotencia, insatisfacción y venganza, …, creo que hay, en quién lo padece (personas o sociedades),  un cóctel molotov capaz de estallar y de hacer mucho daño. 

Hay unas características particulares en las personas "procustas"(no existe el palabro): son personas controladoras que quieren que todo esté bajo su visión y que la gente se ajuste a sus expectativas. Son envidiosas y por eso les molesta que otras personas sobresalgan. Desprecian su talento buscando minimizar sus logros, además de recurrir a la crítica destructiva y al descrédito para frenarlo. 

Muchas veces, con la ironía y el sarcasmo enmascaran su malestar contra la persona más válida que ellos y amparándose en la broma, se burlan y menosprecian.

Hay otra característica por la cual se les puede reconocer; resistencia al cambio e intolerancia a nuevas ideas ajenas para no tener que adaptarse porque no saben si van a poder o no.

Si tienen que recurrir a boicotear a la persona de enfrente por ser más válida, lo harán con tal de que no avance más y sobresalga más (me ha venido a la cabeza las hermanastras de Cenicienta), aunque ello lleve a un perjuicio y pérdida. Esta actitud a nivel laboral crea una competitividad tóxica que puede disminuir los resultados (también lo he vivido). 

Hay muchos ejemplos de comportamiento "procustuista" (palabro de nuevo); colegas de profesión que atribuyen a la suerte unos resultados, o una manipulación, o un "braguetazo", … Familiares que hablan de "ese no es el/la más listo/a de la familia y lo que ha tenido es suerte". Un escuchar "si me hubiera tocado a mí lo huera hecho mejor", "no sé cómo le ha salido tan bien, si no sabe hacer la o con un canuto", … en fin, aquí seguro que podéis poner algún ejemplo más. 

No sé que fue primero, si la gallina o el huevo; ¿existen personas procustas porque existió el mito de Procusto con su famoso lecho, o fue a la inversa y existió el mito porque ya había personas que lo encarnaban? En cualquier caso, solo espero que haya muchos héroes como Teseo que pongan punto y final a tanto Procusto que anda suelto.