En la vida una cosa te lleva a otra y así me ha pasado que del
estoicismo me ha llevado al
amor fati y de él a las relaciones en
pareja, y aquí estoy leyendo y escribiendo sobre ello, porque al margen de las experiencias personales, está bien saber de los que saben más.
La convivencia en pareja es toda una experiencia, que al margen de si se convive o no (hoy en día está más en auge cada uno es su casa y "Dios en la de todos"), atraviesa diversas etapas en su pasar del tiempo que implican cambios emocionales, personales y por lo tanto, también en la relación.
Cada fase un mundo y en cada pareja otro mundo diferente, en los que se van viviendo retos y aprendizajes mutuos e individuales que, si se saben gestionar bien, pueden fortalecer la relación.
Según he leído hay unas etapas más/menos comunes con unas características concretas:
1. Enamoramiento y luna de miel
Esos maravillosos primeros meses, que suele ser hasta el primer año algo más, en los que la
pareja vive con ilusión, admiración y pasión la relación que ha empezado. Predomina el deseo de pasar tiempo juntos y se priorizan los encuentros en común frente a las amistades o familiares, nada alarmante y natural por lo novedoso y gratificante que es. Aquí es cuando a la otra parte se la ve idealizada y cuando potenciamos todo lo bueno y amable que llevamos; en algunas personas existen esa denominadas
mariposas en el estómago. Todo parece perfecto.
Pero como nada es eterno, a medida que pasa el tiempo, la convivencia empieza a mostrar "los defectos" y las diferencias de cada uno, por lo que ya no se ve a la otra parte tan guapa, alta o divertida, además de que esas cositas en el estómago van desapareciendo.
Yo la llamo la fase de la tontería, porque se permanece como en un mundo aparte en el que los defectos pasan desapercibidos o incluso son virtudes, además de que la objetividad brilla por su ausencia y se tiene en la cabeza a la otra persona todo el rato, por lo que no hay mucho margen para pensar bien.
Es como vivir en un estado alterado gracias a las hormonas que se producen o se dejan de producir, ya que transforman la percepción de la realidad y nos mantienen emocionalmente en euforia y conexión. Esas hormonas maravillosas las producimos de otras maneras también, pero en esta etapa de enamoramiento son muy responsable de todo lo que sentimos.
Esto de las hormonas es muy curioso y está muy estudiado, así que os hago un copia/pega de lo que producen:
Dopamina:
Es la hormona del placer y la recompensa. Se activa cada vez que tienes contacto con la persona amada o piensas en ella, generando subidones de felicidad.
Serotonina:
En el enamoramiento disminuyen sus niveles, lo que explica por qué algunas personas se sienten obsesionadas con el ser amado, sin poder dejar de pensar en esa persona.
Oxitocina:
Conocida como la hormona del amor o del apego, se libera en los momentos de intimidad física y emocional, como los abrazos, caricias o el sexo, fomentando la sensación de unión.
Adrenalina y Noradrenalina:
Son las hormonas que generan esos nervios y la aceleración del corazón al ver o recibir un mensaje de esa persona especial. También contribuyen al “subidón” de energía típico de esta etapa.
Endorfinas:
Funcionan como un analgésico natural que genera bienestar y alegría, haciendo que todo se perciba más positivo.
Feniletilamina (PEA):
Esta sustancia está detrás del "enamoramiento loco", ya que incrementa la atención hacia la persona amada y genera sensaciones de euforia.
Vamos, que lo que nos ocurre no es magia, son una serie de reacciones físicas y emocionales provocadas por estas "cositas" llamadas hormonas.
Aunque el enamoramiento puede ser el punto de partida para muchas parejas, no es indispensable y no quiere decir que los integrantes de una pareja no se quieran. Existen parejas que no experimentan ese enamoramiento intenso, y aun así construyen vínculos sólidos basados en otros factores.
Muchas personas lo definen como un amor maduro (¿lo podríamos denominar amor fati?) en el cual se priorizan la amistad, el respeto, la admiración mutua, la compatibilidad emocional y práctica, además de la estabilidad y la tranquilidad.
2. Adaptación y negociación
Esta etapa llega más/menos hasta los tres años y es necesaria para ver como nos conciliamos y llegamos a acuerdos durante los desacuerdos que van surgiendo, porque como ya las hormonas no tienen tanto protagonismo, vemos la realidad a nuestra manera y no coincide en muchas ocasiones con la que tiene la otra parte de la pareja.
Pasamos del "que guapa eres que bonita estás" sin importar nada, al "tienes que ir a la peluquería que se te ven canas", cuando aún no te las has visto ni tú ¡Topamos con la realidad! Las mariposas, como las de verdad, tienen su periodo de vida, es lo que hay.
Aparecen los primeros roces serios, los conflictos y las diferencias sobre hábitos, rutinas o expectativas de vida. Si se convive, hay que aprender a compartir espacios, tareas y adaptarse mutuamente al estilo de vida de la otra persona. Vamos, que se topa con lo que realmente implican las relaciones humanas, sean de pareja, de familia o de amistad.
Hay que llegar a acuerdos y respetarlos; hablar de manera asertiva y clara para que no haya malos entendidos, además de escuchar asertivamente y sin juzgarse es parte importante de este proceso natural por el que pasa la pareja.
3. Estabilidad y compromiso
Venga, que si sigue la relación, nos ponemos sobre los 5 años mientras estabilizamos las rutinas y fortalecemos la confianza entre los componentes de la pareja, que pasa a ser más madura y realista.
La pasión inicial desbordada suele disminuir y se profundiza la intimidad emocional, siendo clave la complicidad para evitar caer en la monotonía y el aburrimiento. Es como llegar a un punto donde sabes que puedes confiar en la otra persona, incluso con los defectos y esos momentos complicados.
En esta fase, ya no necesitas impresionar al otro cada dos por tres, y la relación se vuelve más auténtica y relajada, algo que ofrece una tranquilidad que favorece y potencia a la pareja. Es lo bonito del momento porque eliges seguir estando ahí, no porque todo sea perfecto, sino porque ambos habéis construido una base sólida. Los problemas se hablan con más calma, y cada parte entiende que la relación es un equipo y no una lucha de poderes.
A veces puede dar la sensación de que "falta chispa", pero no es que se haya perdido algo, sino que ahora la cosa va más de complicidad, proyectos a futuro y apoyo mutuo. Es donde el verdadero amor toma forma en los pequeños gestos diarios y en seguir apostando por la relación, incluso cuando las cosas no son fáciles.
Es una etapa muy gratificante porque, aunque se haya perdido esa emoción desordenada del primer año viene después de esa otra etapa de adaptación un poco convulsa y desestabilizadora.
4. Etapa de crisis o reconfiguración
Y cuando ya creíamos que estaba la historia en
pareja controlada,... nos viene esta fase cuando ha pasado los años y surge algún cambio personal (trabajo, mudanza, problema físico,...).
Sí o sí va a llegar en algún momento esta etapa y es clave en la evolución de una relación, ya que las crisis son inevitables en cualquier convivencia a largo plazo. Eso de que todo siempre son risas y buenos momentos, va a ser que no es real, no porque la relación no funcione, sino porque es lo natural en cualquier relación que se prolonga en el tiempo.
La manera en que las personas gestionen estos momentos difíciles, marcará la diferencia entre una pareja que se fortalece y una que se desgasta. Para detectar si estamos en un momento crítico es importante detectar alguno de los signos relacionales que lo indican como:
Distanciamiento emocional: Menos comunicación, menos muestras de afecto y pérdida de intimidad.
Se empieza a evitar las conversaciones profundas o ya no comparte los sentimientos como antes; si antes se contaban anécdotas sobre su día, sus preocupaciones o sueños, y de repente esas charlas se vuelven superficiales o casi inexistentes.
Otra señal es que en lugar de buscar soluciones en pareja a los problemas, se ignoran o se evita hablar de los conflictos, dejando que se acumulen.
Menor expresión física del afecto (como abrazos, besos, o incluso simplemente tocarse). Además, si ya no se buscan las dos partes para pasar tiempo de calidad juntos, prefiriendo estar solos o con otras personas, es un signo de que la conexión emocional está debilitándose.
Conflictos recurrentes: Discusiones frecuentes por temas aparentemente triviales.
Son problemas o desacuerdos o encontronazos o diferencias o, … llamarlo como queráis, eso sí, que se repiten una y otra vez sin llegar a resolverse completamente y surgen debido a patrones de comportamiento o dinámicas de pareja poco resolutivas. Estos conflictos interemitentes que se repiten cada cierto tiempo pueden ser de varios tipos:
Problemas de comunicación: Malentendidos constantes, no escuchar a la otra parte o interpretar las palabras de manera negativa, lo que genera discusiones sin fin.
Diferencias en expectativas: Cuando una de las partes espera algo diferente de la relación (más afecto, compromiso, tiempo, etc.), y la otra no lo cumple, esto genera frustración repetitiva que se acumula.
Distribución de responsabilidades: Discusiones sobre quién debe hacer qué en el hogar o en la vida diaria, como las tareas domésticas o la crianza de las hijas/hijos, …
Celos o desconfianza: Si hay falta de confianza o celos (pueden estar producidos por problemas comunicativos o de distanciamiento emocional, etc.), estos suelen convertirse en conflictos frecuentes.
Dinero o finanzas: Las diferencias en la forma de manejar el dinero, los gastos o las prioridades económicas pueden convertirse en una fuente de conflicto.
Intimidad o vida sexual: Si las necesidades de una parte no están siendo satisfechas o si hay una falta de conexión física, esto puede generar tensiones repetitivas.
Desinterés o aburrimiento: Falta de entusiasmo por compartir momentos en común.
Sentimiento de insatisfacción: Una o ambas partes pueden sentir que la relación ya no les aporta lo que necesitan.
Sean cuales sean los motivos de estas discusiones recurrentes, la convivencia puede volverse más tensa y es común preguntarse si vale la pena seguir, porque además añadimos que al no tener puntos en común, cada persona evoluciona de forma distinta, lo que puede generar desconexión.
La pareja debe replantearse las expectativas individuales y ponerlas en común, añadiendo un impulso por mejorar la comunicación para superar las desavenencias y los desacuerdos, de lo contrario, muchas parejas se distancian irremediablemente en esta etapa.
¿Cómo sacar algo bueno de una crisis? De entrada, desdramatizando que haya crisis en la pareja y afrontándolas con una actitud de resolver y no dejar pasar. Pensar en un "venga a por ella, que ya está aquí" porque es lo normal, es mucho más sano que pensar "no funcionamos como pareja porque de lo contrario no tendríamos crisis", ya que este pensamiento no es real.
Si partimos de ese querer reforzar la relación en una crisis, hay mucho ganado, eso sí hay que hacer algo más para resolver un conflicto como:
Comunicación sincera y abierta: Es fundamental hablar de lo que cada uno siente sin reproches. Expresar necesidades de forma asertiva y escuchar empáticamente las de la otra parte.
Aceptar el cambio como parte de la evolución: Las relaciones no pueden mantenerse igual siempre, no es posible y esa es la realidad. Lo que importa es adaptarse a las nuevas circunstancias y posiciones que se pueden variar entre la pareja.
Renegociar expectativas y roles: Con el tiempo, las responsabilidades y necesidades cambian. A veces es necesario replantear cómo se distribuyen las funciones de cada parte y qué espera cada una de la otra.
Recuperar tiempo en pareja: La rutina, la desidia, las responsabilidades o el trabajo, pueden dejar poco espacio para momentos íntimos, por lo que es importante priorizar tiempo de calidad para reconectar.
Buscar ayuda profesional si es necesario: Las terapias de pareja pueden ser la solución para resolver conflictos que parecen insalvables desde dentro de la relación. Tendemos a pensar que si se llega a eso, es que no hay amor, cuando la realidad es todo lo contrario; si una pareja decide ir a un profesional a arreglar desavenencias, es porque se importan y quieren dar todas las oportunidades.
Vemos normal que si nos rompemos un pie vayamos al traumatólogo, si tenemos un problema de corazón al cardiólogo o si tenemos una gripe al médico de primaria, sin embargo si tenemos problemas en pareja, ¿parece que ya no tiene solución con ningún profesional? Es por lo menos para pensarlo.
Las dos etapas que siguen es en el caso de que la pareja decida tener descendencia, algo que desestabiliza mucho las relaciones y más que un punto de unión, acaba siendo de desunión si no se gestionan bien esos cambios que van a llegar.
5. Expansión familiar
Van desde el embarazo con el posterior nacimiento de las hijas/hijos hasta su independencia.
Las nuevas personitas que llegan al núcleo relacional implican una redistribución del tiempo y de las prioridades. Las responsabilidades familiares generan desgaste emocional y menor tiempo en pareja.
Es habitual que incluso durante el embarazo empiecen los cambios ya que las madres pasan por un periodo de ajuste propio tanto físico como emocional en el mejor de los casos, porque en otros, la posibilidad de un reposo parcial o total puede provocar cambios mayores.
La única manera de afrontar estos cambios es reorganizarse de manera equitativa para mantener el equilibrio entre la vida familiar y la relación de pareja.
6. Etapa de redescubrimiento (nido vacío)
Cuando las hijas/hijos se independizan o van a realizar estudios fuera, la pareja entra en una fase más libre de responsabilidades cotidianas y todas las rutinas y acuerdos establecidos y que ya se han hecho hábitos, al no existir dejan huecos que se deben llenar de nuevo en
pareja, lo que requiere de nuevo adaptación, comunicación y conexión.
Si se mira en positivo, es una oportunidad para redescubrir intereses comunes, viajar o dedicar más tiempo a disfrutar en pareja, aunque para llegar a ello, la evolución de la misma debe haber sido en común porque si se ha mantenido por las hijas/hijos y ambas personas han evolucionado por caminos distintos, es más complicado.
7. Madurez y acompañamiento
Y si hemos llegado hasta aquí, ya nos venimos a la etapa madura e incluso de vejez, en la cual hay un acompañamiento mutuo y una comprensión real de qué necesita cada parte y quién es cada parte. La complicidad es mayor que en otras etapas y el afecto es sólido y real con el interés de hacerse la vida más tranquila y amable. Cuidarse mutuamente es la prioridad y aunque puede ocurrir que la pasión física quede en un segundo plano, no deja de haber atracción por ambas partes, pero expresada de maneras diferentes al margen de la necesidad sexual primaria.
Generalmente, es la etapa de consolidación duradera porque se valora más la estabilidad emocional que las emociones intensas, esto no quiere decir que no existan circunstancias que hagan estar a la pareja en la fase de restructuración o cambios y que pueda romperse de la misma forma que se rompen otras a otras edades.
¡Qué recorrido más bonito! ¿no? Bueno para quien quiera estar en pareja, porque la alternativa es no tenerla y se puede vivir también perfectamente.
Pero para quien haya decidido vivir en una relación de pareja, decir que las crisis no son el fin, sino una oportunidad de crecimiento. Si ambos miembros de la pareja están dispuestos a ocuparse de los problemas y cultivar la relación, es posible reconfigurarla y salir más fuertes.
Superar una crisis implica aceptar que cada etapa tiene sus retos y que el amor maduro requiere aceptación, paciencia, compromiso y flexibilidad para adaptarse a los cambios. Evidentemente cuanta más inteligencia intrapersonal tengamos, más posibilidades hay de no sentirnos dañados en los desencuentros.
Con una comunicación asertiva y empática para la resolución de los conflictos, se pueden ir superando las etapas si se quiere estar en pareja, ya que muchas personas dejan una relación por creer que falta el amor y van a otra en la que les sucede lo mismo y no superan etapas de crisis.
La convivencia en pareja implica un proceso continuo de adaptación y evolución. Cada etapa trae consigo cambios naturales en las dinámicas relacionales, y superar los desafíos requiere comunicación, tranquilidad, honestidad personal y paciencia. No hay una fórmula perfecta, pero el éxito en la convivencia depende de aceptar el cambio como parte del camino, aprender de las crisis y hacer por mantener la conexión emocional a lo largo del tiempo.